Las olas del pensamiento levitan sobre las profundidades del alma. El cielo amanece tormentoso, y rompiendo el silencio amenaza con la agitación que nunca llega.
Los caminos se tuercen de placer con la acidez de las palabras transitorias hacia el muro inquebrantable de la oscuridad. Mientras, las luces cantan.
Me pregunto qué pienso y sólo me queda el simple regocijo de lo espontáneo y sin sentido.
La oleada no pesa sino fluye, se deja ser, amándose mientras se suma a todo aquello que ya existía antes de llegar, palabra por palabra, letra por letra, punto por punto, ola por ola.
Se dibuja un eterno zumbido de colores entre sombras que se arrebatan hábilmente la palabra del movimiento entre unas a otras, danzan y se interponen, se contraponen, se entrelazan y se fusionan.
Esperan de sí nada. Más la gratitud de haber vivido ese instante, escandalosamente hostiles y efímeras, las engrandece.
Mientras, las redes luminosas se tejen entre las tinieblas de aquello que pudo haber sido, pero al perderse en un volátil sueño de trascendencia, nunca llegó a convertirse en recuerdo.